Poca política y muchos villanos
Historia que legitima el discurso político
Por: Evelyn L. Huitròn Lòpez.
Entre las funciones distorsionadas de la historia esta la de legitimar el poder y vaya que la política actual lo sabe. Ejemplo claro es el inocente uso de “iconos” nacionales en los millonarios festejos bicentenario o en la retaguardia de fotos presidenciales como presunción nacional en mantener su legado, su ejemplo, su sagacidad. Cada líder político termina siendo el timón de los buenos y malos en la historia, idea maniquea que fácilmente manipula el pensamiento de masas.
Nuestro panteón de héroes está repleto de ejemplares suicidas o de mártires valerosos que llegan hasta las ultimas consecuencias sin importar los daños que generen a su prójimo (cualquier parecido con la actualidad...).
Uno de los villanos más famosos en la historia de México es el General Porfirio Díaz al cual se recuerda por sus tiranías y los medios “inhumanos” para alcanzar la nacionalidad de México, su centralismo, su devoción en el estricto cumplimiento de su ley y por la gran dosis de dependencia a Estados Unidos e Inglaterra. Y aunque arriesgado también se vale reconocer que si bien este régimen (más no dictadura) no era el ideal, fue el gobierno con las estrategias más acordes a la etapa de inestabilidad que aquejaba a nuestro país en aquel siglo XIX que logró cimientos para reforzar el Estado Nacional. En éste régimen del terror también se remarcó un superávit sobresaliente debido a su alto grado de bienestar y estabilidad económica que el gobierno armó mediante una reorganización de la administración del país conocida como la Paz Porfiriana.
Innegable es que Porfirio Díaz buscó ordenar el país que era heredero de deudas extranjeras, una legislación inestable, una federación fracturada; un México que desde las revueltas independentistas hasta el gobierno de Tejada buscó reinventar un país libre y soberano. Por medio de estrategias de diplomacia y de modificaciones de leyes México consiguió abrir sus puertas a la inversión extranjera que implicaba un flujo de capital y tecnología que sería la piedra angular para dibujarse el futuro. Gran parte de las inversiones se dirigieron a la construcción de una amplia red ferroviaria que uniera a las principales ciudades del país extendiéndose más allá de las fronteras. La Paz Porfiriana significó prosperidad en las nuevas redes de comunicación que facilitaron la mejora del comercio (telégrafo, ferrocarril y el rescate de la marina), se crearon nuevos centros urbanos administrativos y mercantiles como Torreón; así como también se alcanzó un progreso científico, industrial, intelectual, de higiene pública, de infraestructura, minería etc. en sencillas palabras se consiguió una madurez económica.
Por primera vez en su historia independiente y a pesar de las contradicciones políticas y sociales internas, la república intentaba mostrarse ante la orbe como una nación civilizada y moderna; se encaminó en una vida nueva que se traducía como una política de conciliación entre el gobierno (jerarquía política), la Iglesia (las leyes de Reforma fueron pasadas en alto dando paso a un resurgir del culto católico), el ejército y la prensa (controlándola); gobierno con afanes de oligarquía se ayudo de políticos expertos y de las nuevas sociedades “científicas” hábiles en retórica que se habían forjado en las últimas décadas y que servían de guardia, enlace y asesoría presidencial. Por supuesto los mismos errores de su administración como el autoritarismo y envejecimiento presidencial promovieron su propio ocaso.
Como se puede notar la historia no son datos cronológicos, no son relatos de buenos y malos o biografías de un personaje como Díaz, mucho menos es para legitimar un discurso. Ampliar la idea de lo que es un “villano” nacional es para rescatar el verdadero fin de la historia que es el de arma reflexiva que nos permite ver, reinterpretar y eludir el efecto placebo de las excusas políticas que legitiman la violencia, la escasez, los “procesos” eternos de cambio etc. Discursos que diariamente se emiten en medios de comunicación que todo el tiempo dicen que es bueno y que es malo. El recurso de análisis sólo compete al lector. Con esto quiero decir que estamos bombardeados de información y depende de nosotros digerirla de manera directa admitiendo sin responsabilidad lo que se nos transmite o reflexionar, comparar, analizar para poder emitir una critica consciente que es el primer paso de acción.
